Entre pestañas y deseos: un rito cargado de amor
Desde que era pequeña, mi madre me enseñó que cuando a alguien se le caía
una pestaña cerca de otra persona, era el momento propicio para pedir un deseo.
Esto se hace de una forma bastante extraña, pues ella me decía que debía
poner la pestaña en el dedo pulgar y luego presionaba su pulgar contra el mío.
En ese momento, debíamos cerrar los ojos y decir en nuestra mente nuestro deseo
proveniente de lo más profundo del corazón. Entonces, al abrir los ojos, luego
de confirmar que ambos deseos habían sido pedidos, era el momento de decidir a
quién se le cumpliría. Esta parte dependía, básicamente, de qué tanto hubiésemos
presionado nuestros dedos pulgares ya que, al separarlos, uno de ellos tendría
la pestaña: el dedo ganador.
Es así como la persona que ganara, debía colocarse la pestaña en el pecho,
como guardándola ahí quizás por unas horas, quizás por un día entero… Ya
después no se sabía lo que había pasado con ella.
Años más tarde, en mi adultez, no perdí la costumbre de pedir un deseo
cuando se caía una pestaña mía o de alguna de las personas que más he querido.
A veces ganando, otras perdiendo, pero siempre sintiéndome feliz porque la
magia no estaba en el hecho de que se cumpliera o no el deseo, sino en los
momentos hermosos al haberlo deseado. Esas sonrisas cómplices de dos personas
que juegan a compartir un destino, a que la magia existe, a que siempre debemos
desear.
También, en mi adultez, empecé a tener muy buen ojo para detectar cosas en
la comida y con esto, me di cuenta de que, al parecer, tenía una extraña suerte
para encontrarme cabellos en la comida. En realidad, más que cabellos, ¡me
encontraba pestañas! Así que solía bromear sobre un mito que existe en mi país
sobre “embrujar la comida” con los pelos de una persona para hacer que la otra
se enamorase. Solía decir que no era necesario la brujería, no me iría de todas
maneras.
Sin embargo, esos tiempos pasaron, de pronto me había quedado sola, haciendo
mi propia comida, sin mi madre y sin la otra persona que más amé en el mundo, esa
persona especial con la que había pedido todos mis deseos… deseos que,
evidentemente, no se hicieron realidad.
Es así como hoy he encontrado una pestaña mía mientras comía. En ese
momento, vino a mí un pensamiento que no consideré antes: creo que es ahí donde
han ido a parar todas las pestañas que he guardado en mi pecho durante estos
años. Las he ido sacando, una a una, de las comidas que me han hecho con tanto
amor todas las hermosas personas que me he encontrado por el camino.
Supongo que eso explicaría por qué nunca se cumplieron mis deseos y cómo,
al mismo tiempo, parece que todos se hubiesen cumplido. Aunque fuese por un
rato, se cumplieron en aquella comida llena de amor que alguna vez tuve en mi
mesa junto a todas las sonrisas que ofrecían una adorable disculpa porque, con
deseos o no, a nadie le gusta ofrecer una comida con pelos.
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